Contents
Cada autor, en cada una de sus obras, trata de plasmar su visión del mundo, de un tema en particular o de toda una experiencia vital. Los grandes temas vitales, como el amor, la traición o la esperanza, han sido mil veces retratados en poemas, cuentos y grandes novelas. Sin embargo, siguen funcionando aún hoy en día, porque cada autor le da su propia visión, aportando algo distinto. Las diferentes corrientes literarias también ofrecen una aportación diferente y especial en lo que a la temática se refiere, ya que tratan de romper con lo que había antes para crear algo totalmente novedoso. En estos últimos años, por ejemplo, se está llevando mucho el rehacer cuentos e historias tradicionales, pero con un punto de vista más moderno. Unas versiones actualizadas en las que cambia casi todo, salvo la propia esencia de la obra, o el mensaje que se quiere enviar al lector.
A mediados del siglo XIX el romanticismo ya languidecía en casi toda Europa, salvo en países como España, donde todavía mantenía cierta vigencia. Aquella visión idealizada del espíritu humano, emparentado con la naturaleza y con el deseo como fuerza motriz, comenzaba a perder fuelle. Ocurre con todas las grandes corrientes literarias, al fin y al cabo, porque tras un gran periodo de éxito tienden a agotarse de manera lógica. Y lo habitual es que cuando esto ocurre, surja otra corriente opuesta que de hecho, se enfrente a la que ya existía. En este caso, la nueva corriente fue el Naturalismo, que formó parte del movimiento Realista que triunfó en toda Europa a finales del siglo XIX. Se trataba de reflejar la vida tal y como era, de la forma más objetiva posible, tanto en lo bueno como en lo malo. Una radiografía tremendamente certera de una sociedad, de una cultura, que se alejaba de la notoria fantasía y nostalgia del Romanticismo. Ningún escritor fue capaz de llevar el Naturalismo a un punto tan excelso como el francés Émile Zola, representante máximo de este género, que nos dejó una enorme cantidad de obras interesantes a través de las cuales se puede conocer en profundidad la vida de la Francia del Segundo Imperio. Una de estas obras insignes es Nana, una de sus novelas más reconocidas.
Émile Zola nació en París en 1840, y se convirtió en una de las figuras culturales más importantes de Francia en el siglo XIX. Escritor, periodista, dramaturgo y activista, ayudó a la liberación política de su país, con resultados inusitados en su contra, ya que tuvo que exiliarse en sus últimos años. Zola fue el más destacado miembro del naturalismo literario y ayudó también a dar empuje al naturalismo teatral, dos de las corrientes realistas que más notoriedad lograron en su momento. Su inmensa cantidad de obras incluyen desde ensayo a poesía, pasando por novela, cuento y artículos periodísticos. Fue nominado para el Premio Nobel en 1901 y 1902, pero no lo consiguió. Zola falleció en 1904, dejando huérfanos a muchos lectores, pero también sirviendo como inspiración para que muchos escritores tomaran su testigo.
Publicada en 1880, Nana fue una de las obras cumbre de Émile Zola, y uno de los puntos de referencia ineludibles para entender el género naturalista. Pertenece a la saga Les Rougon-Macquart, en la que Zola desarrollo buena parte de su narrativa a través de la visión de una familia en la Francia del Segundo Imperio. De hecho, uno de los temas principales de Zola en esta época era el determinismo, reflejado en las limitaciones genéticas que los miembros de un clan familiar debían sufrir, por pura herencia. Este tema también se incluye en Nana, que cuenta como protagonista con Anna Copeau, una bella joven que, sin embargo, vive en la más absoluta pobreza. La ambición de Anna es conseguir salir de esa situación tan delicada y llevar una vida de lujos, para lo que utiliza sus encantos y su belleza, conociendo a amantes que le pegan sus caprichos.
Anna se convierte así en una prostituta que no duda en venderse al mejor postor con tal de seguir viviendo de los lujos y banalidades. Zola dibuja a una protagonista egoísta, ambiciosa, descarada y sin un mínimo talento para ganarse la vida, más allá de su propia belleza. Sin embargo, no pone el foco en lo perversa que es, sino que marca sus cualidades dentro de sus circunstancias tremendamente condicionantes. Anna no puede ser de otra forma, debido a las taras genéticas que ha heredado por parte de su familia. La pobreza en la que vive tampoco ayuda a cambiar esa situación, o más bien, sirve de espoleo para que Anna quiera salir de allí. Sin embargo, el dinero y los lujos no van a cambiar su genética y por tanto, tampoco su destino.
El personaje de Anna fue ideado por Zola como una representación fiel de la propia decadencia que estaba alcanzando la sociedad francesa, especialmente la parisina, en su tiempo. El determinismo en forma de herencia genética se hacía patente en este personaje, que se forjaba en la miseria con el único objetivo de salir de esa situación a toda costa. Los valores se habían perdido y ahora solo se buscaba el dinero, el lujo, el placer instantáneo. Tres objetivos que no se desmarcan mucho de las metas que podría tener cualquier joven de hoy en día. Zola ubica a su protagonista en un entorno oscuro y febril del que cualquiera querría salir, pero la enfrenta a situaciones morales en las que todos dudaríamos. Anna, sin embargo, tiene claro hacia dónde quiere ir, y hasta dónde quiere llegar.
Siguiendo la tradición largamente atendida por otros autores, Zola pone el foco en la belleza de su protagonista. Una cualidad sin duda estimable, en su época y en la nuestra, pero que tiene trampa. La belleza, como comprobará Anna, como antes habían comprobado tantas y tantas otras mujeres, se acaba desvaneciendo, se pierde en el tiempo y en la vejez. La propia genética de la protagonista la dota de esa belleza sin igual, que es su principal arma, pero a la vez también se la quitará con los años. Una cualidad que es efímera y que, al contrario que la dignidad, la decencia o la inteligencia, no dura para siempre. Un dardo certero, de paso, a todos aquellos poetas románticos que ensalzaban a sus musas solo por su hermosura, sin atender a su inteligencia.
El naturalismo surge en Europa en la década de 1870 como contrapunto al Romanticismo que había destacado hasta ese momento. Esta corriente literaria, que sería liderada por el propio Émile Zola, buscaba reflejar una visión mucho más realista y objetiva del mundo a través de la literatura, utilizando esta también como arma social y política. La fisiología determinaba las acciones de los protagonistas, como en el caso de Nana, donde Anna está limitada por su genética. En Europa, el naturalismo se extendió durante finales del siglo XIX, con autores como Dostoievski, Tomas Hardy o Benito Pérez Galdos, en obras que hoy son clásicos universales.
Cookie | Duración | Descripción |
---|---|---|
cookielawinfo-checkbox-analytics | 11 months | This cookie is set by GDPR Cookie Consent plugin. The cookie is used to store the user consent for the cookies in the category "Analytics". |
cookielawinfo-checkbox-functional | 11 months | The cookie is set by GDPR cookie consent to record the user consent for the cookies in the category "Functional". |
cookielawinfo-checkbox-necessary | 11 months | This cookie is set by GDPR Cookie Consent plugin. The cookies is used to store the user consent for the cookies in the category "Necessary". |
cookielawinfo-checkbox-others | 11 months | This cookie is set by GDPR Cookie Consent plugin. The cookie is used to store the user consent for the cookies in the category "Other. |
cookielawinfo-checkbox-performance | 11 months | This cookie is set by GDPR Cookie Consent plugin. The cookie is used to store the user consent for the cookies in the category "Performance". |
viewed_cookie_policy | 11 months | The cookie is set by the GDPR Cookie Consent plugin and is used to store whether or not user has consented to the use of cookies. It does not store any personal data. |