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Hay libros que se convierten en clásicos prácticamente desde el momento en el que ven la luz. Obras que marcan un punto de inflexión en la literatura de su país, de su tiempo, forjando una leyenda que perdura hasta el nuestro. Clarissa, de Samuel Richardson, es una de esas novelas, un auténtico clásico de culto que, sin embargo, fuera del ambiente anglosajón no ha logrado tanta popularidad. Los lectores más avezados sí que conocen de sobra este relato decimonónico de traiciones, amores prohibidos y virtudes perdidas, pero no es uno de esos libros que vayamos a encontrar en cualquier tienda o librería. Tal vez su inmensa extensión, con casi un millón de palabras en la edición original, sea uno de los motivos para echar atrás a muchos a la hora de leerla. Y es que según la edición del libro, podemos enfrentarnos a un verdadero “ladrillo” de más de mil doscientas páginas, todo un reto para los tiempos que corren.
Clarissa tal vez no sea una novela precisamente sencilla de leer en pleno siglo XXI, pero cuando apareció marcó un antes y un después. Especialmente por su estilo y por la forma en la que su autor se acercaba a ciertos dilemas morales. No era habitual colocar a una mujer como protagonista de un historia así en aquellos tiempos, y da que pensar que posteriormente, otras autoras como Jane Austen tuvieran en Clarissa una referencia muy clara. El personaje principal es una heroína de grandes virtudes que se ve acosada por un mundo que parece tratar de destruirla en todo momento por ser como es. Una familia que quiere hacer y deshacer a su antojo el matrimonio de su hija. Un pretendiente que la seduce con mentiras y que llega a violarla en un momento dado… El único consuelo de la protagonista son las cartas que le manda a su amiga Anna Howe, su confidente, a través de las cuales podemos conocer su historia. Porque esta novela está escrita de forma epistolar, de una manera muy ingeniosa, contrastando la visión de Clarissa con la de su engañoso amante, para darle al libro una gran complejidad.
Samuel Richardson fue uno de los literatos más importantes de Gran Bretaña en el siglo XVIII. No tanto por la cantidad de obras que editó, que fueron pocas, sino por cómo influyó con ellas en sus compañeros y colegas escritores. De hecho, su obra Pamela o la virtud recompensada supuso un éxito sin precedentes que generó toda una moda de novelas epistolares y amorosas con finales felices. Richardson disfrutó de aquel éxito y trató de replicarlo con Clarissa, aunque la novela era mucho más compleja y su final más trágico. Escribió otras obras, pero se le recuerda normalmente por esas dos, que además tienen muchas similitudes. De hecho, podría decirse que Clarissa es una versión mejorada y ampliada de Pamela, ya que Richardson utiliza nuevos recursos para engrandecer la historia.
Richardson estaba “obsesionado” con el concepto de la virtud femenina, a la manera en la que este se entendía en su tiempo. La dama debía ser precavida, cariñosa pero no lasciva, y mantener su virtud, en este caso sexual, intacta hasta encontrar al hombre perfecto. El autor británico solía poner a prueba esa virtud de la protagonista a través de diversas intrigas que la unían a pretendientes engañosos y señores que solo buscaban un poco de diversión. En Pamela, por ejemplo, la sirvienta protagonista escribe en su diario como lucha por mantener su virtud frente a los avances de Mr B, uno de nobles para los que trabaja. En Clarissa, la situación cambia. La joven es una chica de buena familia, pero sus padres quieren forzarla a casarse con un hombre al que no ama, solo por obtener mayores riquezas.
Clarissa se niega e incluso piensa en huir de sus padres, algo que habría supuesto un auténtico escándalo en la época. Ella quiere casarse por amor y no por conveniencia, y ese concepto romántico se impone en toda la novela. Clarissa conoce entonces a Lovelace, un mujeriego y romántico empedernido, que logra seducirle con promesas vanas pero bonitas. Ella termina lanzándose a sus brazos y repudiando a su familia, pero cuando se entera de los planes de Lovelace ya es demasiado tarde. Su amante la viola después de dormirla, y así se desentiende de ella, una vez conseguido su objetivo. En este caso, la novela presenta un final bastante triste, aunque más justo y realista que en la anterior novela de Richardson.
Clarissa está llena de escenas picantes e incluso bastante explícitas para el siglo XVIII. La obra, que como ya decíamos tiene una extensión imponente, presenta una visión de la sexualidad muy novedosa para su tiempo. Lovelace, por ejemplo, tiene relaciones con tres prostitutas, que son aliadas suyas a la hora de conseguir los favores de Clarissa, casi como alcahuetas. Las putas se presentan, de hecho, como la antítesis a la heroína. Son totalmente diferentes a Clarissa, y su actitud no tiene nada que ver con la virtud de la que la protagonista hace gala. Sin embargo, es interesante entender que la pobre Clarissa termina muriendo de una manera trágica por haberse dejado llevar por sus sentimientos. Perdida la virtud, ya solo le queda la muerte.
La novela se lanzó por entregas, en siete volúmenes, entre 1747 y 1748, provocando un gran escándalo por esas escenas sexuales. Como decíamos, no era habitual que un autor se prodigara tanto en este tipo de momentos en novelas que además parecían destinadas al público femenino. Hoy, casi tres siglos más tarde, el género erótico triunfa en las librerías y las escenas de Richardson nos parecen poco imaginativas y hasta aburridas. Sin embargo, en su momento el autor provocó un gran revuelo porque dotó a las mujeres que ejercían la prostitución de protagonismo, más allá de su trabajo. La dualidad entre la virtud y el sexo se podía entrever en ese millón de palabras que componían la obra, y hoy sigue siendo toda una referencia en ese tema.
Aun así, muchos afirman que la intención del autor era forjar esa doble visión del sexo, a través de los personajes contrapuestos. La virtud de Clarissa se basaba sobre todo en su castidad. Debía conservarla por todos los medios para seguir siendo quien era. No era negociable perderla ni venderla al mejor postor. Frente a ella, el deseo sexual irresistible de Lovelace, que le hace cometer auténticas atrocidades con la propia Clarissa. El autor va mezclando las cartas de la una y del otro para que el lector subraye esa diferencia, y evidentemente, se ponga de parte de la heroína. El final, sin embargo, nos marca una distancia importante con respecto a Pamela, su anterior novela. Clarissa, a pesar de ser fiel a si misma, ha terminado perdiendo su virtud por culpa de un enamoramiento. Al final, el deseo sexual de Lovelace gana, aunque él también recibe su escarmiento.
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