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El ser humano lleva siglos creando imponentes ciudades con enormes edificios en los que poder vivir tranquilamente, a salvo de las inclemencias del tiempo y de los posibles peligros del exterior, como los depredadores. Nuestras viviendas actuales son muy diferentes a aquellas primigenias cuevas donde nuestros antepasados solían refugiarse para no ser presas de los más terribles animales, bestias que no tardarían en despedazarles apareciendo de entre la oscuridad. Estamos acostumbrados a imaginar que ese peligro ya no es real y que hoy por hoy, el hombre es el único peligro para el hombre. Sin embargo, todo cambia cuando salimos de la ciudad y nos vamos al bosque, cuando nos perdemos entre los caminos serpenteantes que rodean los árboles milenarios…
Hay una sensación muy especial de pérdida de humanidad cuando estamos en uno de estos lugares, sobre todo si son grandes. Tenemos todos los adelantos técnicos del mundo, pero cuando estamos perdidos en uno de estos parajes boscosos y nuestro móvil se queda sin cobertura volvemos a ser esos indefensos humanos que debían estar alerta por cada pequeño movimiento en el bosque, por cada mínimo ruido, que podía ser la antesala de un ataque insalvable. Por todo ello, los bosque siguen siendo considerados como lugares casi mágicos, encantados, donde todo puede ocurrir, y donde el terror puede apoderarse de nosotros en cualquier momento, sobre todo si nos hemos perdido en uno de ellos y no tenemos muy claro cómo volver a la senda segura de la civilización.
Los escritores se han hecho eco de ese temor primordial que el ser humano siente por el bosque en muchas obras importantes de la literatura. Estos “bosques literarios” suponen frecuentemente el lugar de enfrentamiento entre los protagonistas y sus villanos, que vienen a representar sus propios miedos. El ejemplo clásico más claro lo encontramos en Caperucita Roja, ese cuento en el que una niña pequeña va a llevarle una cesta de alimentos a su abuelita, que vive más allá del bosque. A pesar de las advertencias de su madre, la niña toma el atajo que la lleva por el sendero boscoso, y allí se encuentra con el lobo, que la intenta engañar para comérsela.
El bosque es también lugar de aventuras y terror en muchos cuentos clásicos, desde los Hermanos Grimm a Perrault, encontrando en este tipo de lugares un simbolismo muy especial, un rincón apartado de la civilización donde todo puede ocurrir y la lógica no funciona de la misma manera. En los bosques se oculta algo indescifrable, algo a lo que muchos de estos protagonistas deben enfrentarse como rito de paso para su madurez o adultez, como ocurre en el ejemplo de Caperucita. El bosque es un lugar sombrío, donde los árboles pueden llegar incluso a tapar la luz del sol en pleno día, y donde viven criaturas inimaginables…
Los bosques son normalmente lugares apartados de la civilización en los que cualquiera puede correr aventuras extraordinarias, sitios en donde todo se vuelva mucho más mágico y especial. Tenemos el cuento de Caperucita, pero también el de Pulgarcito, que se pierde en el bosque, siendo abandonado por su padre. Son muchas las historias que se desarrollan dentro de este tipo de lugares, tanto clásicas como más recientes. Por ejemplo, Un Puente Hacia Terabithia también tiene lugar en una especie de bosque mágico, creado por la imaginación de los niños, en un lugar donde pueden ser ellos mismos sin la presión de sus padres.
A través de los bosques también han vivido aventuras los enanos y el hobbit Bilbo Bolsón en la obra El Hobbit, de Tolkien, que luego utilizaría también los bosques como lugares peligrosos y especiales en El Señor de los Anillos, habitándolos incluso por una raza de árboles parlantes llamados Ents. En nuestro país también ha habido muchos ejemplos de aventuras en el bosque, aunque seguramente el más destacado de ellos sea la novela El Bosque Animado, editada en 1943 por el escritor gallego Wenceslao Fernández, tomando como referencia las fábulas clásicas donde los animales cobraban vida.
Al ser lugares apartados de todo lo demás, a las afueras de las ciudades, los bosques también han supuesto un refugio perfecto para todos aquellos personajes que no querían o no podían vivir con el resto del pueblo. Desde proscritos como Robin Hood, que se ocultaba en Sherwood para no ser capturado por el sheriff de Nothingham, hasta los propios enanos de Blancanieves, que vivían apartados de toda la sociedad en su casa del bosque. Así lo hacían también los tres ositos del cuento de Ricitos de Oro, que encuentra la casa después de internarse mucho en un bosque cercano.
Sin embargo, los personajes realmente clásicos que viven en lo más profundo del bosque suelen ser los villanos, especialmente las brujas. Allí tienen sus casas, que muchas veces son encontradas por los protagonistas, normalmente niños, de una manera fortuita. Ocurre, por ejemplo, en Hansel y Gretel, que llegan a la casa de chocolate y dulces de la bruja, quien finalmente los captura allí. También es un lugar perfecto para las mansiones y castillos apartados, como el de la Bestia que secuestra a Bella en el cuento popular, solo para acabar enamorándose de ella.
Los bosques no solo aparecen como lugares especiales en las novelas y fábulas, sino que también pueden ser tomados como inspiración para plasmar tierras inventadas. El escritor y filólogo J.R.R. Tolkien, por ejemplo, se basó en el impresionante Bosque de Dean para crear su Tierra Media, un lugar con diferentes entornos habitado por distintas razas que está bajo el yugo de la oscuridad de un terrible tirano llamado Saurom. En la Tierra Media hay todo tipo de lugares diferentes, desde montañas nevadas hasta lagos, pasando por desiertos y territorios muy fértiles, así como bosques.
La orografía de Dean sirvió a Tolkien para tomarlo como referencia en busca de todo lo que podía incluir en su tierra ficticia. Paseando por Puzzlewood, una de las población más cercanas, nos damos cuenta de porqué el escritor escogió este lugar como fuente de inspiración. Y es que hay todo tipo de diferentes formaciones, y el ambiente que se respira allí es vetusto, como si la naturaleza hubiera permanecido intacta en este rincón de Inglaterra durante todos estos siglos. Es un lugar encantado, desde luego, porque cuenta con una magia muy especial.
Cada escritor, cada autor, suele inspirarse en aquello que le toca de cerca, y por ello es lógico que los célebres hermanos Grimm decidieran basar los bosques de sus cuentos e historias en Reinhardswald, un extenso bosque ubicado en la parte central de Alemania. De allí sacaron sus ideas para meter a sus personajes en un ambiente oscuro y primitivo, en el que todo podía ocurrir porque las criaturas que esperaban al otro lado de los árboles podían desafiar nuestra lógica.
Gracias a las historias de los hermanos Grimm, los bosques se convirtieron oficiosamente en el lugar donde todo lo mágico puede llegar a ocurrir, así que en cada historia de fantasía, la aparición de un bosque era casi ineludible, y todavía a día de hoy, siglos después, lo sigue siendo, como una absoluta referencia a los clásicos, tal vez un cliché, pero que puede dar muy buen resultado si se sabe cómo manejarlo adecuadamente y utilizarlo no solo como localización, sino como exteriorización del mundo interior del personaje, especialmente sus miedos y ansiedades.
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